Historia contada por una uva convertida en vino a una bellota transformada en jamón.
Venimos de plantas antiguas, dando frutos desde hace siglos todos los años, compartiendo incendios, heladas, plagas o sequías y también buenos años. Separados apenas por las piedras retiradas una a una de nuestros pies y colocadas formando interminables paredes, saludándonos todos los amaneceres, creciendo de la misma tierra, alimentadas por la misma lluvia y maduradas por el mismo sol. Nuestra cercanía se suspende con la vendimia, cuando me recogen con mimo para empezar a ser vino. Tu todavía sigues en la encina/alcornoque, bien sujeta por el cascabullo, todavía verde, creciendo y esperando que los calores de finales del verano y el otoño te cambien el verde por pardo y te liberes para que los cerdos ibéricos te disfruten con fruición. Para mí vendimia, para ti montanera, ¡todo llega!
Tras un ajetreo intenso pero corto y con mucho acero inoxidable a nuestro alrededor, ahora yo mosto y tú pernil ligeramente salado vamos a la bodega a continuar nuestro camino pausado y convertirnos en vino y jamón.
Que no es casualidad que se llame igualmente “bodega” donde concentramos nuestro sabor, donde conseguimos que nuestro aroma se sublime y donde los tonos de nuestros colores alcanzan la intensidad y el brillo que nos distingue.
Para los que venimos de buen tronco, por casta, por pureza de raza y por antigüedad, el tiempo se ralentiza, los plazos se alargan. Yo envuelto en roble, esta vez es otra rama de los Quercus la que me guarda, y tú arropado solo por el aire serrano. El trasiego en las barricas en mi caso y los cierres y aperturas de las ventanas en tu casa es lo único que perturba nuestro reposo de años. Y de ese plácido sueño nos despiertan para ponernos guapos antes de salir de casa. Envasados, limpios, vestidos con etiquetas de nombres con solera, protegidos por fundas y cajas y de vuelta al traqueteo de los caminos.
Como bien sabes, para ti y para mí, siempre es camino, ni un jamón está curado ni un vino terminado, pero en un momento todo se interrumpe y nuestro andar pausado acaba en una mesa, en una barra,……en una celebración.
Y después de habernos separado en la montanera y la vendimia volvemos a vernos, tú sujeto en la tabla y yo todavía contenido en la botella y protegido por el tapón, esta vez compartiendo el corcho que te cubre y protege de los fuegos en la dehesa y a mí de perder mi esencia. Otra vez tocados por el acero inoxidable, yo del sacacorchos, tu del cuchillo jamonero, ya en la copa y en el plato, y ambos brillando.
Y ahora me dirijo al que nos ha traído a esta mesa y nos ha unido íntimamente en su boca. ¡Siéntenos, compártenos y disfrútanos, porque nos lo merecemos y te lo mereces!